Harvard ha hecho pocos comentarios sobre la detención de Petrova. Una portavoz dijo esta semana que la universidad “sigue de cerca los rápidos cambios en el panorama de la política de inmigración y las implicaciones para sus académicos y estudiantes internacionales”, y está “en contacto con el abogado de Petrova sobre este asunto”.
Muchos miembros de la comunidad de investigación se enteraron apenas hace dos semanas, cuando los compañeros de Petrova lanzaron un llamamiento a través de GoFundMe para ayudar a pagar sus gastos legales. La noticia hizo temblar a toda una comunidad de científicos que migraron a Estados Unidos para dedicarse a la investigación. Se produce en medio de profundos recortes en el financiamiento federal de la ciencia que, para muchos, indican que un período de apertura y progreso puede estar llegando a su fin.
Petrova no abandona su trabajo. Mientras espera su audiencia, estudia la meiosis, un tipo de división celular que permite a los óvulos y espermatozoides restablecer las marcas epigenéticas, señalando el camino hacia posibles estrategias para detener el envejecimiento. Lo único en lo que piensa es en volver a su laboratorio.
“Estaba en el paraíso”, dijo. “Me gustaría mucho seguir en el paraíso”.
Una ‘supernerd’
Petrova acababa de terminar su maestría cuando Konstantin Severinov, un célebre biólogo molecular, la contrató para un ambicioso proyecto de alto nivel en Moscú.
A Severinov, que dirige un laboratorio en la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, le habían pedido que diseñara un centro ruso de secuenciación genómica, respaldado con 250 millones de dólares de financiación de Rosneft, la compañía petrolera estatal. Estaba formando un equipo que le ayudara a crear una estructura de base de datos y a escribir el código.
Describió a Petrova como una “supernerd”, fruto de una formación científica especialmente intensa y competitiva. Sus conocimientos, que combinaban computación y biología, eran “muy, muy comercializables”, dijo en una entrevista, y se exigían en centros de genómica de todo el mundo.
Severinov la quería en el equipo, dijo. El trabajo era interesante científicamente y “muy ventajoso económicamente”. Pero exigía pasar una autorización de seguridad, dijo, y Petrova no se comprometía a dejar de apoyar a la oposición política rusa.
Acabó contratándola como asesora externa. “Resultó ser una persona de principios que no se doblegaba”, dijo. A veces se sentía frustrado por su falta de sentido práctico: “Se le puede llamar infantilismo, se le puede llamar principios, se le puede llamar de distintas maneras”, dijo.
“Yo diría que, entre muchos científicos jóvenes, hay algunos que están muy, muy orientados hacia su carrera, en el buen sentido”, dijo. “Saben lo que hay que hacer para promocionarse. Ella no es de ese tipo. Es, en cierto modo, como una soñadora. Es diferente”.
Fue criada por dos ingenieros: su madre, especialista en radiocomunicaciones, y su padre, programador informático, dijo Vladimir Mazin, amigo íntimo de la familia. Mazin describió a Petrova como una “científica apasionada” que, durante sus vacaciones en el campo, se llevaba la computadora portátil al desayuno y a la cena para seguir entrenando redes neuronales, un tipo de aprendizaje automático.
“Kseniia es una de esas personas realmente interesadas en obtener nuevos conocimientos, en averiguar algo que no se haya sabido antes”, dijo. “Eso es lo que le interesa. Todo lo demás es secundario”.
Al final de su adolescencia, apoyó a los opositores rusos que salieron a la calle para oponerse al regreso de Putin a la presidencia. Luego empezó a unirse a ellos. Petrova no ocultaba sus opiniones; recuerda que en la entrevista de trabajo para el centro de genómica le pidieron que prometiera que no publicaría críticas a Putin en las redes sociales. Se negó.
“Creo que en todos los países los científicos se oponen a los gobiernos autocráticos”, dijo.
El 24 de febrero de 2022, cuando Putin envió columnas de tanques rusos a Ucrania, se unió a las protestas que recorrieron las calles de Moscú. El 2 de marzo fue arrestada, acusada de infracción administrativa, multada con unos 200 dólares y puesta en libertad.
Estaba claro que las cosas estaban cambiando rápidamente, dijo Petrova. El puñado de fuentes de noticias en las que confiaba para obtener información objetiva “cerraron inmediatamente”, dijo. Petrova temía que la frontera también se cerrara. Abandonó el país dos días después.
Dijo que después de esto, se hizo “realmente obvio” que si quería ser científica, tenía que marcharse: “Cambié mi decisión de ‘nunca me iré de Rusia’ a ‘me voy de Rusia inmediatamente’”.
Muchos de sus compañeros se marcharon al mismo tiempo. Algunos encontraron trabajos lucrativos escribiendo código para bancos o empresas privadas. Petrova tenía una oferta de un laboratorio británico. Pero ella buscaba algo en particular: “el tipo de ciencia”, como ella dice, “que yo llamaría hermosa”.