Mientras Estados Unidos y Rusia inician conversaciones para poner fin a la guerra, Moscú aprovecha su ventaja en el campo de batalla y se acerca a Dnipropetrovsk, una de las regiones más grandes de Ucrania y con una importante base industrial. Los soldados rusos se encuentran ahora a menos de cinco kilómetros de la frontera de la región, y han estado avanzando en los últimos días.
Si el ejército ruso cruza desde la región oriental del Donetsk a Dnipropetrovsk, asestaría un duro golpe a la moral de Ucrania: sería la quinta región que se enfrenta a una ocupación parcial rusa y ampliaría el control de Moscú sobre el país devastado por la guerra. También podría complicar la posición de Kiev en las negociaciones territoriales que pudieran surgir durante las conversaciones de paz.
El avance ruso ya ha remodelado el paisaje de la zona fronteriza de Dnipropetrovsk, que solía ser una tranquila extensión de campos y pequeñas aldeas. Ahora, las trincheras y las zanjas antitanque bordean los caminos por donde pasan los convoyes de vehículos blindados. Los tanques se ocultan en las arboledas. En los pueblos más cercanos al frente, los soldados han ocupado edificios dañados por los bombardeos o abandonados.
El retroceso ucraniano puede verse en la reubicación hacia el oeste del puesto de asistencia médica donde los médicos de la 33 Brigada Mecanizada tratan a los soldados heridos. A finales del año pasado, se retiraron tres veces en otros tantos meses, llevando con ellos camas y bancos de sangre en camiones.
Los médicos nunca pensaron que se verían obligados a abandonar por completo el Donetsk, zona en la que su unidad había combatido durante un año, y retirarse por su frontera occidental hacia Dnipropetrovsk.
A principios de este año, eso se hizo realidad. Ahora, los médicos temen que pronto les sigan los soldados de Moscú.
“Siempre ocurre así”, dijo el teniente Vitalii Voitiuk, jefe de la unidad médica de la brigada. “Cuando las unidades médicas empiezan a desplazarse a una zona, significa que la línea del frente no está muy lejos”. Hablaba en su nuevo puesto de asistencia, cerca de la línea del frente, donde los soldados heridos reciben cuidados vitales antes de ser enviados a un hospital más alejado de las líneas.
Fuera del puesto de asistencia, el lejano estruendo del fuego de artillería saliente resonaba en la noche. “Solo eso te dice que la guerra está cada vez más cerca”, dijo Voitiuk, un corpulento hombre de 34 años.
Los civiles también se están preparando para la lucha. Algunos ya han sido evacuados —incluidos quienes huyeron antes de la guerra en el este y no quieren quedar atrapados de nuevo en la violencia—, mientras que otros están haciendo planes para trasladarse.
“Cuando leímos las peticiones de evacuación de personas de Dnipropetrovsk, nos sentimos aterrorizados”, dijo Bohdan Zahorulko, trabajador de East SOS, una organización no gubernamental ucraniana que ayuda a los desplazados internos. “Pero también fue una llamada de atención sobre la realidad de la lucha”.
El avance de Rusia hacia Dnipropetrovsk, una zona de más de tres millones de habitantes con acerías importantes, se basa en seis meses de rápidos avances en Donetsk. Desde agosto, sus soldados han capturado un promedio de unos 466 kilómetros cuadrados de territorio cada mes en Ucrania, casi cuatro veces el tamaño de San Francisco, según el Black Bird Group, una empresa de investigación con sede en Finlandia. La mayoría de esos avances se produjeron en Donetsk.
En las últimas semanas, el avance de Rusia se ha ralentizado. Franz-Stefan Gady, experto militar radicado en Viena, quien regresó recientemente de un viaje de investigación al este de Ucrania, atribuyó la ralentización al mal tiempo, que obstaculiza los asaltos mecanizados y los ataques aéreos rusos. También señaló el uso eficaz por parte de Ucrania de drones para atacar a soldados y vehículos blindados.
“Pero los drones no pueden mantener el territorio”, dijo el teniente coronel Vadim Balyuk, comandante del Batallón de Asalto de las Fuerzas Especiales Shkval de la 59 Brigada de Ucrania. Hablando desde una pequeña casa de madera en la zona fronteriza, donde sigue en directo las imágenes del campo de batalla en pantallas, dijo que el trabajo de su unidad consiste en hacer lo que los drones no pueden: asegurar el control de las aldeas y despejar el camino para que la infantería ucraniana pueda avanzar.
El coronel Balyuk dijo que su unidad había despejado recientemente dos asentamientos de las fuerzas rusas, que podrían haberse utilizado para apoyar su avance hacia Dnipropetrovsk. Pero no se hacía ilusiones de que el combate hubiera terminado. “El enemigo se está reagrupando”, dijo.
Los soldados que regresan del frente de Donetsk dijeron que el mayor desafío de Ucrania en el campo de batalla sigue siendo el mismo: un enemigo cuya abrumadora ventaja en soldados le permite realizar asaltos implacables.
Dmytro, un soldado de infantería de 35 años con conmoción cerebral, fue evacuado al punto de asistencia de la 33 Brigada Mecanizada una noche reciente. Describió una batalla de trincheras de cuatro horas tan feroz que no podía levantar la cabeza por encima del parapeto para ver a los soldados rusos atacando. Pero dijo que, por el fuego entrante, se daba cuenta de que avanzaban en pequeños grupos, acercándose metódicamente.
“Todos los soldados de mi sección de la trinchera fueron evacuados”, dijo Dmytro, quien se negó a dar su apellido por normas militares.
Uno de los indicios más claros de la proximidad de los combates es una señal azul y amarilla al borde de la carretera que marca la entrada a Donetsk desde Dnipropetrovsk. A lo largo de tres años de guerra, el lugar se ha convertido en un símbolo de la resistencia de Ucrania, y los soldados que se dirigían a la batalla firmaban y colocaban banderas ucranianas a su alrededor. Pero ahora, con la línea del frente a solo 19 kilómetros de distancia, la señal ha sido envuelta en una gran red para protegerla de los ataques de drones.
En Mezhova, una pequeña ciudad de Dnipropetrovsk situada en el camino del avance ruso, el número de soldados a veces parece superar al de civiles: hacen fila en la oficina de correos y se agolpan en los cafés, y sus camionetas verde oliva se alinean en las calles.
La nueva realidad pesa más sobre los refugiados que huyeron de la región de Donetsk a principios de la guerra y se reasentaron en Mezhova y los asentamientos cercanos. En los últimos tres años, la población ha aumentado de 14.000 a 21.000 habitantes con su llegada.
“Durante mucho tiempo pensamos que este lugar era seguro”, dijo Nelia Seimova, quien se trasladó a Mezhova en agosto tras escapar de Novohrodivka, que ahora está bajo ocupación rusa. “Tenía planes: comprar una casa, conseguir un trabajo, enviar a mi hijo a la escuela. Una vida normal”.
Ahora, Seimova, de 33 años, planea mudarse de nuevo, más al oeste. Sabe por experiencia que no debe esperar a que la ciudad sufra bombardeos regulares. “Ya hemos pasado por esto”, dijo, con lágrimas en los ojos.
Volodymyr Zrazhevsky, alcalde de Mezhova, también está preocupado por los ataques aéreos, sobre todo por las bombas planeadoras, potentes armas que transportan cientos de kilos de explosivos y que Rusia suele utilizar para arrasar ciudades antes de los asaltos terrestres.
Cada día, Zrazhevsky estudia un mapa del campo de batalla marcado con círculos que indican qué ciudades están dentro del alcance de las bombas a medida que avanzan las fuerzas rusas. Por ahora, Mezhova está a salvo. “Pero comprendemos que si ocurre —y ocurrirá en algún momento— tendremos que tomar medidas drásticas”, dijo, posiblemente evacuaciones obligatorias.
Las listas de East SOS, el grupo que ayuda a los refugiados, muestran que algunos residentes de Mezhova ya han empezado a evacuar. Una tarde reciente, en Pavlohrad, ciudad de Dnipropetrovsk donde el grupo ha establecido un centro de tránsito, llegaron refugiados que acababan de ser evacuados de ciudades y pueblos cercanos a la frontera entre Dnipropetrovsk y Donetsk.
Todos tenían cara de sueño y algunos la cara manchada de hollín por llevar semanas quemando leña para calentarse después de que los ataques los dejaran sin suministro eléctrico. Entre ellos había ancianas envueltas en gruesas bufandas de lana, niños con abrigos y sus padres llorando, sin saber qué les depararía el futuro.
Algunos en Ucrania creen que el impulso del gobierno de Trump a las conversaciones de paz podría congelar la línea del frente, deteniendo el avance ruso. Zrazhevsky, el alcalde de Mezhova —que significa “línea fronteriza” en ucraniano— se aferra a la esperanza de que un alto al fuego evite la evacuación de su ciudad y la convierta, en cambio, en la nueva “capital oriental de Ucrania”.
Mykhailo Afendikov, de 52 años, quien huyó recientemente de Komar, un pueblo de Donetsk, después de que una bomba planeadora destruyera su casa, adoptó un tono más sombrío. Incluso si los rusos no capturan Komar, dijo: “¿Adónde puedo volver? No queda ninguna casa”.
Constant Méheut reporta sobre la guerra en Ucrania, incluyendo el desarrollo de eventos en el campo de batalla, los ataques a centros civiles y la manera en que la guerra afecta a las personas. Más de Constant Méheut
Tyler Hicks es fotógrafo sénior del Times. En 2014 ganó el Premio Pulitzer de Fotografía de Noticias de Última Hora por su cobertura de la masacre del centro comercial Westgate en Nairobi, Kenia. Más de Tyler Hicks