Manuel Barrios se unió a la batalla contra las fuerzas rusas en Ucrania porque un banco amenazó con embargar su casa en Colombia. Luis Alejandro Herrera volvió al frente para recuperar los ahorros que perdió en un intento fallido de entrar a Estados Unidos desde México. Jhoan Cerón combatió para mantener a su hijo pequeño.
Los tres murieron en una guerra que, según sus familiares, conocían o les importaba muy poco.
Estaban entre los cientos de veteranos colombianos que se han ofrecido como voluntarios para pelear por Ucrania por la oportunidad de ganar al menos el triple de lo que pueden conseguir en su país.
“Él decía que está ahí peleando en una guerra que no era en el país de él por la necesidad que tenía”, dijo la esposa de Barrios, Maria Cubillos.
Las historias de los voluntarios colombianos muestran la naturaleza cambiante de la guerra en Ucrania, que ha pasado de ser una lucha rápida por la supervivencia como nación a una guerra de desgaste. Las grandes pérdidas y el estancamiento de las batallas han hecho que ambos bandos tengan que buscar nuevas reservas de combatientes para reponer sus filas.
En el caso de Ucrania, los voluntarios extranjeros, en su mayoría occidentales, que llegaron el año pasado por convicciones morales, en busca de aventuras o por odio a Rusia, están siendo complementados por combatientes de países más pobres que se asemejan más a la definición legal de mercenarios: soldados que acuden a conflictos en el extranjero por beneficio económico.
“Yo me atrevo a decir que ningún colombiano se va allá por defender la democracia”, dijo Cristian Pérez, quien se jubiló como francotirador en el Ejército de Colombia, trabajó en contratos de seguridad privada en el extranjero y está contemplando la posibilidad de combatir en Ucrania. “Porque la mayoría de los colombianos ni siquiera nunca han escuchado hablar de Ucrania. Todo se resume en lo económico”.
Colombia ofrece un terreno fértil para el reclutamiento porque las décadas de lucha contra las insurgencias marxistas y los carteles de la droga han hecho que el país tenga el mayor ejército de Sudamérica.
Sin embargo, los combatientes extranjeros representan una pequeña fracción del ejército ucraniano
El enemigo de Ucrania, Rusia, ha tenido que poner mucho más énfasis en los beneficios financieros, incluidos los seguros de muerte y las hipotecas subsidiadas, para atraer voluntarios. Rusia también ha aprovechado la convulsión económica mundial para reclutar combatientes movidos por la necesidad económica, incluidos hombres con escasa experiencia militar procedentes de Asia Central, Nepal y Cuba.
A medida que los combates se convierten en una brutal guerra de trincheras cuyo final aún no se avizora, las motivaciones materiales adquieren aún más importancia.
El ejército ucraniano no ha facilitado el número aproximado de combatientes colombianos u otros combatientes extranjeros en sus filas, alegando razones de seguridad operativa. El gobierno colombiano tampoco ha facilitado cifras, haciendo hincapié en que los voluntarios, aunque siguen siendo ciudadanos, ya no tienen vínculos con las instituciones colombianas.
Entrevistas con cuatro voluntarios colombianos que han servido en Ucrania, así como una revisión de los mensajes de audio y de texto enviados por los combatientes que se encuentran allá, indican que cientos de voluntarios colombianos están en Ucrania en un momento dado.
“Damos la bienvenida a la ayuda de cualquier ciudadano del mundo que esté dispuesto a luchar contra el mal”, dijo Oleksandr Shahuri, portavoz de una de las principales unidades militares que emplean voluntarios colombianos, la Legión Internacional para la Defensa de Ucrania, también conocida como la Legión Extranjera.
Colombia, un país de 50 millones de habitantes, lleva mucho tiempo exportando combatientes experimentados. Una alianza de seguridad con Estados Unidos ha hecho que sus soldados cuenten con el mejor entrenamiento y equipamiento de Latinoamérica, y los combates prolongados les han proporcionado una experiencia que pocos ejércitos tradicionales pueden igualar.
Para los colombianos pobres, durante mucho tiempo el ejército ha sido una de las pocas vías legales para conseguir cierta seguridad económica. En Colombia, los soldados profesionales jubilados reciben una pensión mensual vitalicia de entre 400 y 600 dólares, así como el cuidado de la salud gratuito para sus familias.
Sin embargo, esas prestaciones no suelen ser suficientes para llegar a fin de mes y muchos se dan cuenta de que las habilidades que han perfeccionado en selvas y montañas tienen poca utilidad en la vida civil.
“No nos capacitaron más para nada aparte de las armas,” dijo Andrés, un soldado colombiano jubilado que sirvió en Ucrania y pidió que su apellido no fuera revelado por temor a perjudicar sus perspectivas profesionales.
Algunos veteranos terminan uniéndose a grupos de delincuencia organizada. Un hombre entrevistado para este artículo dijo que trabajó durante tres meses para un cártel mexicano.
Los que se quedan trabajando en la economía legal tienden a convertirse en guardaespaldas, un trabajo que paga a los veteranos de las unidades de élite hasta unos 1000 dólares al mes, un salario superior al promedio. Sin embargo, en muchos casos, no es suficiente para alcanzar sus metas económicas.
Y la competencia por los puestos de trabajo es cada vez mayor. Un acuerdo de paz entre el gobierno y el mayor grupo rebelde de Colombia en 2016 redujo significativamente el tamaño de las fuerzas armadas del país.
Las presiones económicas empujan a los veteranos colombianos al exterior. Muchos ambicionan los lucrativos contratos de seguridad en estados petroleros de Medio Oriente, aunque esos puestos suelen estar abiertos para hombres menores de 40 años, lo que descalifica a la mayoría de los soldados profesionales colombianos jubilados.
Algunas misiones en el exterior han provocado escándalos. Dos decenas de comandos colombianos jubilados están siendo juzgados en Haití y Estados Unidos por su participación en el asesinato de un presidente haitiano en 2021.
La guerra en Ucrania ofrece a los veteranos colombianos una rara oportunidad de cambiar su suerte, mientras pelean por un gobierno reconocido internacionalmente y apoyado por Estados Unidos.
“Él siempre tenía la ambición de ser alguien más”, dijo Paola Ortiz, la viuda de Herrera, el soldado colombiano fallecido, que regresó a Ucrania por un segundo periodo este año después de haber sido deportado de Estados Unidos. “Él quería poder darle estudio a los hijos. Quería poder tener su casa, su negocio”.
Los rumores sobre oportunidades de combatir en Ucrania empezaron a extenderse en los grupos de chat de los veteranos colombianos el año pasado, cuando la avalancha inicial de voluntarios occidentales idealistas hacia el país empezó a estabilizarse.
Más de una decena de veteranos colombianos y sus familiares describieron en entrevistas el proceso de voluntariado.
Los hombres colombianos viajan por su cuenta a Polonia, a menudo vendiendo posesiones preciadas, como automóviles, para pagar el viaje.
En la frontera ucraniana, utilizan aplicaciones de traducción para decirles a los guardias fronterizos que tienen experiencia militar y quieren luchar por Ucrania. Una vez adentro del país, se presentan en una base militar en la ciudad occidental de Ternópil.
Tras una entrevista y un examen médico rutinario, se los anota en una lista de espera para uno de los dos destinos principales de los combatientes latinoamericanos: la Legión Extranjera o el 49º Batallón de Infantería Sich de los Cárpatos.
Abren una cuenta bancaria local y envían tarjetas de débito a sus familias, lo que les permite retirar los ingresos en un cajero automático colombiano.
Los soldados colombianos dijeron que les pagaban unos 3000 dólares al mes en moneda ucraniana, casi lo mismo que los salarios de los soldados locales.
En el frente, dijeron que se encontraron con una guerra muy diferente de las que habían conocido contra los insurgentes.
Los combates cuerpo a cuerpo con armas automáticas en terrenos densamente cubiertos por vegetación fueron sustituidos por bombardeos en zonas expuestas. Y no podían contar con la superioridad aérea que disfrutaban en Colombia para los ataques aéreos o las evacuaciones.
“Los que quieren ir por allá, que lo piensen primero”, dijo un voluntario colombiano en un mensaje de audio enviado a un grupo de chat de veteranos en octubre. “Lo de Colombia”, dijo con una expresión local, era un juego de niños “en comparación con acá. Cuando uno siente un misilazo cayendo por ahí cerca, es cuando uno ve al diablo en persona”.
El hombre, cuya identidad se mantiene en reserva porque no estaba autorizado a hablar con los medios de comunicación, dijo que de los 60 colombianos que se habían enlistado con él, solo quedaban unos siete. El resto murieron, resultaron heridos o regresaron a casa después de unas semanas en el frente.
Tras llegar a Ucrania en febrero, Barrios le dijo a María Cubillos, su esposa, que los combates eran más peligrosos de lo que esperaba.
Según Cubillos, semanas después de que diera a luz a su tercer hijo, Barrios decidió ir a Ucrania porque el banco comenzó a amenazar con embargarles la casa. Su salario de enfermero no podía cubrir los pagos del préstamo, dijo Cubillos
“‘Sal, para que no me dejes sola con esos muchachos’”, contó que le dijo Cubillos en una entrevista en la ciudad colombiana de Neiva. Pero, él le repetía: “‘No gorda, la casa’. Se empeñó en eso”.
Barrios murió en un ataque con misiles tras 20 días en el frente, demasiado pronto para recibir siquiera un salario.
Según la ley ucraniana, las familias de los militares muertos en combate deben recibir un pago de 411.000 dólares.
Pero Cubillos dijo que no tenía dinero para un abogado o un billete de avión para viajar a Ucrania y presentar en persona la solicitud de indemnización.
Sigue siendo responsable de las deudas de Barrios y dijo que el banco sigue amenazando con embargar su casa.
Su único recuerdo de la misión ucraniana de su esposo es una caja con las banderas de Ucrania y de la Legión Extranjera, que fue entregada junto con su cadáver.
“Yo quería botar todo esto. A cambio de él, llegó una caja con una bandera que a mí no me sirve”, dijo Cubillos. Y añade que alguien le dijo que no lo hiciera, porque “‘hay un bebé que debe saber cómo es la historia de su papá, y tiene que mostrarle lo que llegó de él’”.
Thomas Gibbons-Neff y Nataliia Novosolova colaboraron con reportería en Kiev, Ucrania.