Hace algunas semanas, Rafael Grossi viajó a Moscú para reunirse discretamente con el hombre con quien la mayoría de los occidentales nunca interactúan en estos días: el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Grossi es director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, el organismo de vigilancia nuclear de las Naciones Unidas, y su propósito era advertirle a Putin sobre los riesgos de avanzar demasiado rápido en la reactivación de la planta nuclear de Zaporiyia, la cual ha sido ocupada por soldados rusos casi desde el principio de la invasión a Ucrania en 2022.
Pero mientras estos hombres hablaban, la conversación se desvió a las declaraciones de Putin de que estaba abierto a un acuerdo negociado para la guerra en Ucrania, pero solo si el presidente Volodímir Zelenski estaba dispuesto a ceder casi el 20 por ciento de su país.
Unas semanas después, Grossi, un argentino con gusto por los trajes italianos, estaba en Teherán, Irán, esta vez para hablar con el ministro de Asuntos Exteriores del país y director de su programa nuclear civil. En un momento en que los altos funcionarios de Irán están dando a entender que nuevas confrontaciones con Israel podrían orillarlos a fabricar una bomba, los iraníes también insinuaron que estaban abiertos a una negociación, con la sospecha, al igual que Putin, de que Grossi pronto informaría a la Casa Blanca los detalles de su conversación.
En una época de nuevos temores de ataques nucleares, Grossi de pronto se encuentra en el centro de los dos enfrentamientos geopolíticos más importantes del mundo. En Ucrania, uno de los seis reactores nucleares en la línea de fuego en el río Dniéper podría ser atacado por la artillería y diseminar radiación en consecuencia. Además, Irán está a punto de convertirse en un Estado poseedor de armas nucleares.
“Yo soy inspector, no mediador”, señaló Grossi en una entrevista esta semana. “Pero, de alguna manera, tal vez pueda ayudar”.
No es la función que Grossi esperaba tener cuando, después de una trayectoria de 40 años en la diplomacia concentrada en los aspectos básicos de la no proliferación, fue electo director general del organismo por estricta mayoría tras la muerte repentina de su predecesor, Yukiya Amano. Eso fue “antes de que nadie imaginara que la planta nuclear más grande de Europa estaría en la línea de fuego de una guerra”, señaló en una conversación, de varias, en las oficinas generales del organismo en Viena, ni que Israel e Irán intercambiaran ataques directos de misiles por primera vez en 45 años desde la Revolución iraní.
En la actualidad, tal vez ha resultado ser el más activista de todos los líderes del OIEA desde su creación en 1957, derivado del programa “Átomos para la paz” del presidente Dwight Eisenhower con el objetivo de difundir la generación de energía nuclear en todo el mundo. Grossi ha pasado la mayor parte de los últimos cuatro años y medio viajando por todo el mundo, reuniéndose con presidentes y ministros de relaciones exteriores, impulsando un mayor acceso a sitios de energía nuclear y, a menudo, una mayor autoridad para una organización que tradicionalmente ha tenido poco poder para imponer el cumplimiento.
Pero a lo largo del camino, ha sido tanto receptor como emisor de mensajes, hasta el punto de negociar lo equivalente a una zona de seguridad justo alrededor de Zaporiyia.
Grossi tiene detractores, entre ellos quienes creen que sobrepasó su autoridad cuando situó a inspectores de tiempo completo en la planta sitiada, en un momento en que rusos armados sin muchos conocimientos sobre energía nuclear estaban patrullando la sala de controles. También estaba apostando a que ninguno de los bandos querría atacar la planta si eso implicaba arriesgar la vida de los inspectores de las Naciones Unidas.
Una inspección poco común en el campo de batalla
El OIEA fue creado para hacer dos cosas: mantener seguras las plantas de energía nuclear y evitar que desviaran su combustible y sus residuos para fabricar armas nucleares. Los inspectores de la agencia no buscan armas ni tampoco las cuentan, aunque muchas personas en el Congreso —y en todo el mundo— creen que esa es su función.
Grossi nació en 1961, cuatro años después de la creación de la agencia. Comenzó su carrera en el servicio exterior de Argentina, pero su verdadero objetivo era dirigir el OIEA, con su amplia red de inspectores altamente calificados y la responsabilidad de brindar seguridad nuclear en todo el mundo. Era un objetivo muy ambicioso.
“Siento que me preparé para esto toda la vida”, dijo en 2020.
Muchas personas tal vez se pregunten por qué. Es el tipo de trabajo que con frecuencia implica largas reuniones en aburridas salas de conferencias, medidas estrictas dentro de las plantas nucleares y la colocación de cámaras a prueba de manipulaciones en las instalaciones importantes para garantizar que el material nuclear no se desvíe a proyectos dedicados a la fabricación de bombas.
El trabajo es estresante, pero casi nunca especialmente peligroso.
Así que fue algo excepcional que Grossi se quitara el traje y se pusiera un chaleco antibalas, se bajara de un auto blindado en el sureste de Ucrania a fines del verano de 2022, al mismo tiempo que explotaban proyectiles a la distancia. Había rechazado una oferta de los rusos para escoltarlo desde su territorio. Como un funcionario de las Naciones Unidas muy visible, no quiso dar credibilidad a ningún reclamo territorial de los rusos.
En cambio, tomó el camino difícil, a través de Ucrania, hacia un terreno baldío plagado de minas y vehículos destrozados. Mientras se acercaba a la planta, lo detuvo un guardia ucraniano y le dijo que no podía seguir adelante, sin inmutarse ante el hecho de que el mismo Zelenski hubiera aprobado la misión.
Pero tras varias horas de discusión, Grossi ignoró al guardia y siguió adelante, inspeccionó la planta y dejó un equipo de inspectores para desconectar en frío todos sus reactores, excepto uno.
Desde entonces, todos los días se han quedado ahí, en rotación, pequeños equipos de inspectores de la ONU.
Fue el tipo de intervención que la agencia nunca había hecho, pero Grossi comentó que la situación requería un planteamiento contundente. El complejo nuclear más grande de Europa “está en el frente de batalla”, señaló Grossi.
“No cerca ni en los alrededores”, señaló. “En el frente de batalla”.
Una reunión con Putin en San Petersburgo
Un mes después de esa primera visita a la planta, Grossi viajó a San Petersburgo para reunirse directamente con Putin donde planeaba argumentar que si los bombardeos continuos eliminaban los sistemas de enfriamiento o las instalaciones claves, Zaporiyia iba a ser recordada como el Chernóbil desencadenado por Putin. Para hacer que se entendiera claramente, quiso recordarle a Putin que, debido a los vientos que imperaban, había buenas probabilidades de que la nube radioactiva se propagara sobre algunas partes de Rusia.
Se reunieron en un palacio cerca de la ciudad donde Putin había surgido de las filas políticas. Putin trató con amabilidad al jefe de los inspectores nucleares y fue evidente que no quería parecer obsesionado con la guerra, ni siquiera parecer especialmente preocupado al respecto.
Después de las formalidades, Grossi fue directo al grano. No necesito un cese al fuego total en la región, recuerda haberle dicho al líder ruso. Solo quería un acuerdo de que los soldados de Putin no dispararían contra la planta. “No se rehusó”, señaló Grossi días después. Pero tampoco prometió nada.
Cuando Grossi volvió a reunirse con Putin en Moscú, a principios de la primavera, encontró de buen humor al líder ruso. Tenía muchos planes para reactivar la planta y así reclamar el control de Rusia sobre la región, la cual, según Rusia ya se ha anexado. Grossi intentó hablar con él para que no tomara esa medida, dado lo “delicado de la situación”, pero Putin afirmó que los rusos “en definitiva iban a reactivarla”.
Luego, la conversación se desvió hacia si podría haber un acuerdo negociado a la guerra. Putin sabía que cualquier cosa que dijera sería comunicada a Washington. “Creo que es muy lamentable”, comentó Grossi unos días después, “que yo sea el único que les habla a los dos”, refiriéndose a Rusia y a Estados Unidos.
Un antiguo desafío reavivado en Irán
Tratar con la dirigencia de Irán ha sido todavía más delicado, y de muchas maneras más desconcertante, que batallar con Putin. Hace dos años, no mucho después de que el consejo del OIEA aprobó la resolución de sancionar al gobierno de Irán por no responder a los cuestionamientos del organismo sobre una presunta actividad nuclear, los iraníes comenzaron a desmontar las cámaras en las instalaciones clave de producción de combustible.
En ese momento, Grossi dijo que si las cámaras estaban desactivadas durante más o menos seis meses, él no podría asegurar que el combustible no se hubiera desviado hacia otros proyectos, como los de armamento. Eso fue hace dieciocho meses y, desde entonces, el Parlamento iraní aprobó una ley que prohíbe algunos tipos de cooperación con los inspectores de la agencia. Mientras tanto, el país está continuamente enriqueciendo uranio a una pureza del 60 por ciento, peligrosamente cerca de lo que se necesita para fabricar una bomba.
A Grossi también le prohibieron visitar una enorme planta de centrifugación que Irán está construyendo en Natanz, a más de 365 metros bajo la superficie del desierto, calculan algunos especialistas. Teherán afirma que está tratando de garantizar que las nuevas instalaciones no puedan ser bombardeadas por Israel ni por Estados Unidos, e insiste en que hasta que no ponga material nuclear en la planta, el OIEA no tiene derecho a inspeccionarla.
La semana pasada, Grossi estuvo en Teherán para tratar todos estos asuntos con el ministro de relaciones exteriores Hossein Amir Abdollahian y con el director de la agencia de energía atómica de Irán. Solo habían pasado unas cuantas semanas desde que Irán e Israel habían intercambiado ataques directos con misiles, pero Grossi no identificó ninguna decisión inmediata para acelerar el programa nuclear como respuesta.
“Sospecho”, comentó Grossi esta semana, “que voy a regresar a Teherán con mucha frecuencia”.
David E. Sanger cubre el gobierno de Biden y la seguridad nacional. Ha sido periodista del Times durante más de cuatro décadas y ha escrito varios libros sobre los desafíos a la seguridad nacional estadounidense. Más de David E. Sanger