El presidente de Rusia, Vladimir Putin, horrorizó al mundo con su invasión a gran escala de Ucrania hace casi tres años. Planeaba derrocar al gobierno democráticamente electo de Ucrania, instalar un régimen títere del Kremlin y dejar a Occidente en evidencia como un territorio débil, dividido y disminuido.
Tras más de 1000 días de la temeraria guerra de elección de Putin, este no ha logrado ni uno solo de sus objetivos estratégicos. El poder y la influencia de Rusia están muy mermados; ni siquiera ha podido apuntalar a un valioso cliente como el régimen de Bashar al Asad en Siria. Mientras tanto, Ucrania se mantiene fuerte y desafiante como una democracia libre y soberana, con una economía arraigada en Occidente.
Todo esto es un testimonio de la resistencia de los soldados ucranianos y de la fortaleza de su pueblo. También es producto del firme liderazgo estadounidense, que ha reunido a aliados y socios de todo el mundo para ayudar a Ucrania a sobrevivir al ataque imperial del Kremlin. Estados Unidos debe aprovechar este éxito histórico, no desperdiciarlo.
Putin supuso que el mundo se quedaría de brazos cruzados cuando envió a sus soldados al otro lado de la frontera ucraniana. Estaba equivocado. Estados Unidos ha reunido a unos 50 países de todo el planeta para ayudar a Ucrania a defenderse, y para defender el principio fundamental de que las fronteras no pueden trazarse por la fuerza. Uno de nosotros, el secretario Austin, ha convocado 25 veces al Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania, una coalición mundial que ha coordinado el apoyo militar a Ucrania. Sus miembros han destinado 126.000 millones de dólares en ayuda directa a la seguridad de Ucrania, de los cuales casi la mitad proviene de miembros no estadounidenses.
En porcentaje del PIB, más de una decena de miembros del grupo de contacto proporcionan ahora más ayuda de seguridad a Ucrania que Estados Unidos. Y estas inversiones en Ucrania están dando sus frutos aquí en casa, impulsando nuestra base industrial de defensa y creando buenos puestos de trabajo. Incluso, la agresión de Putin estimuló exactamente el resultado que pretendía evitar: la OTAN es ahora más grande, más fuerte y está más unida que nunca.
Derivado de esto, Ucrania ha resistido al segundo ejército más grande del mundo, a pesar de las temerarias escaladas de Putin y su irresponsable ruido de amenaza nuclear. Ucrania ha luchado brillantemente incluso cuando China, la segunda economía más grande del mundo, ha respaldado a Putin; cuando Irán, el mayor Estado patrocinador del terror del mundo, lo ha armado con misiles y aviones no tripulados, y cuando Corea del Norte, el Estado canalla con armas nucleares más notorio del mundo, le ha suministrado municiones y unos 10.000 soldados.
El éxito de Ucrania hasta la fecha es un enorme logro estratégico, pero sus soldados siguen enfrentándose a profundos desafíos en el campo de batalla. Las fuerzas rusas han recuperado recientemente parte del territorio que Ucrania liberó al principio de la guerra, y el bombardeo de las centrales eléctricas y otras infraestructuras cruciales de Ucrania por parte de Putin se está cobrando un precio desgarrador. El pueblo ucraniano ha demostrado una magnífica resistencia, pero ha pagado un alto precio por su libertad.
Aun así, las vulnerabilidades de Ucrania no deberían ocultar los crecientes dilemas del propio Putin.
En los últimos meses, Estados Unidos y sus socios han aumentado aún más la ayuda militar —incluidos cientos de miles más de cartuchos de artillería, misiles adicionales para la defensa aérea, más vehículos blindados y más municiones aire-tierra— a Ucrania para ayudar a contrarrestar la ventaja de Rusia en cuanto a efectivos. Hemos permitido a Ucrania utilizar misiles ATACMS dentro de las fronteras rusas, lo que le ayudó a defenderse tras la intervención de Corea del Norte en la guerra. A lo largo del conflicto, a medida que evolucionaban las condiciones en el campo de batalla y lo permitían nuestros arsenales y requisitos de preparación, aumentamos la ayuda a un ritmo que las fuerzas ucranianas podían absorber, vinculando cada donación con entrenamiento y sostenimiento.
Pero Rusia está sufriendo enormes pérdidas —una media de 1500 bajas al día— para apoderarse de pequeñas porciones de territorio. Rusia ha sufrido más de 700.000 personas muertas y heridas desde que Putin comenzó su guerra. Ahora se enfrenta cada vez más a un doloroso dilema: o soporta muchas bajas a cambio de ganancias mínimas, quizás ordenando una movilización que desencadene la inestabilidad interna, o negocia seriamente con Ucrania para poner fin a su guerra.
También estamos respaldando a Ucrania con ayuda económica, y estamos haciendo que Rusia pague por ello. Poco después de la invasión total de Rusia, los líderes del Grupo de los 7 actuaron al unísono para inmovilizar más de 300.000 millones de dólares de activos de bancos centrales rusos en nuestras respectivas jurisdicciones. En junio, el presidente Joe Biden y los dirigentes del Grupo de los 7 acordaron conceder a Ucrania préstamos por valor de 50.000 millones de dólares, que se reembolsarán con los intereses devengados por los activos rusos inmovilizados.
Estados Unidos también ha emprendido acciones coordinadas para ahogar los ingresos que alimentan la maquinaria bélica de Putin. Los mayores bancos rusos con importantes conexiones en el extranjero han sido sancionados. Con nuestra ayuda, Europa ha reducido casi a cero su dependencia del gas y el petróleo rusos. La inflación en Rusia supera ya el 9 por ciento y va en aumento. Los tipos de interés se han disparado hasta el 21 por ciento. Incluso con cerca del 40 por ciento del presupuesto ruso destinado al ejército, el Kremlin no puede producir suficiente material bélico para reponer sus capacidades. Putin ha consumido casi dos tercios de los fondos de reserva que Rusia acumuló durante décadas, robando el futuro del país para perseguir su pasado imperial. Aproximadamente un millón de rusos, muchos de ellos jóvenes y con talento, han huido del país.
Todo esto ha dado ventaja a Ucrania y a la próxima administración estadounidense. Esta ventaja debe utilizarse para poner fin a la guerra de Putin y dar paso a una paz duradera que garantice que los ucranianos puedan impedir nuevas agresiones rusas, defender su territorio y prosperar como democracia soberana. Así sería la paz a través de la fuerza. Pero como Putin mantiene sus ambiciones imperiales, renunciar ahora a nuestra influencia cortando la ayuda y forzando un alto al fuego prematuro simplemente permitiría a Putin descansar, reequiparse y, finalmente, volver a atacar. Esto sería la paz a través de la rendición, que no sería paz en absoluto.
No para Ucrania, que quedaría aplastada bajo la bota de Putin.
No para Europa, que caería bajo la sombra de un tirano decidido a reconstituir el imperio caído de Moscú.
No para los amigos de Estados Unidos en otros lugares, que podrían enfrentarse a nuevos riesgos de agresión por parte de otros autócratas que probablemente verían una victoria de Putin como una licencia de caza para ellos mismos.
Y no para Estados Unidos, que tendría que gastar más recursos y asumir mayores riesgos para defenderse no solo de un líder ruso envalentonado, sino también de otros autócratas y agentes del caos empeñados en derribar el sistema de normas, derechos y responsabilidades que ha hecho más seguras y prósperas a generaciones de estadounidenses.
Seguir una política de paz a través de la fuerza es vital para la supervivencia de Ucrania y la seguridad de Estados Unidos. Estados Unidos y sus aliados y socios deben seguir al lado de Ucrania y reforzar su mano para las negociaciones que algún día pondrán fin a la guerra de agresión de Putin.
Lloyd J. Austin III es secretario de Defensa de EE. UU. Antony J. Blinken es el secretario de Estado.